viernes, 1 de julio de 2011
El Piculín que quiero recordar
Se me hizo difícil digerir la noticia y asimilar la situación. Al igual que otras personas de mi generación, crecí aplaudiendo y enalteciendo la figura del “Concord” de Cayey, el gran José Rafael “Piculín” Ortiz.
A pesar de las tristes escenas que nos conmovieron al ver a Piculín esposado y luciendo impotente ante agentes del gobierno federal estadounidense, confieso que aún admiro al gigante cayeyano. He optado por trazar mi propio acercamiento preferencial a la hora de evocar imágenes que me recuerden a José Rafael.
Si me hablan del Picu, optaré por incluir en mis retrospecciones momentos como aquel Centrobasket en México cuando el centro nacional lució una cinta en la frente que reclamaba “Paz para Vieques”. También quiero recordar su magistral participación en las Olimpiadas de Verano 1996 celebradas en Atlanta, Georgia (USA). Igualmente deseo hacer referencia a aquel Pre-Olímpico 2003 celebrado en San Juan, Puerto Rico. En el juego por la medalla de bronce de dicho certamen hemisférico, Piculín logró un triple-doble y fue pieza clave para que su conjunto patrio clasificara a las Olimpiadas 2004 en Atenas Grecia. ¡Ese es el Piculín que quiero recordar!
En ocasiones, nuestro pueblo sufre de memoria corta y hacemos las más viles acusaciones hacia aquellas personas que en un pasado colocamos en la cima del estrellato y vanagloriamos como héroes nacionales. Estas construcciones míticas hacia ciertos atletas nos desensibilizan como resultado de nuestro afán por buscar la perfección del sujeto al mismo tiempo que ignoramos su lado humano e imperfecto.
En lugar de insistir que ahora Piculín es un mal ejemplo para la juventud, debemos reflexionar y reencontrar su lado humano, aquel que siempre tendemos a ignorar en atletas tan trascendentales como él.
Este caso nos invita a pensar que, más allá de Piculín, tanto nuestro pueblo como sus autoridades institucionales deben rediseñar y repensar aquellos imaginarios colectivos que construyen (y destruyen) mitos alrededor de figuras a quienes le otorgan el distintivo de “héroe nacional”.
Piculín tiene ahora la responsabilidad de admitir su delicada condición de salud y poner de su parte para buscar medidas y tratamientos que faciliten una cura. No es tarea fácil, pero confiamos en que su voluntad y espíritu competidor incidirán para que pueda sacar la bola de su cancha y encestar a favor de su vida.
Nosotros como país y seguidores de atletas debemos comenzar a reflexionar sobre algunas visiones y posturas que promovemos cuando juzgamos a quienes sufren la enfermedad de la adicción a drogas. También ya es hora de reevaluar las formas, discursos y operaciones que utilizamos para criminalizar el uso de la planta conocida como la marihuana.
Es hora de llevar este “partido” por nuevas rutas de dirección técnica. Hoy fue Piculín, pero mañana puede ser nuestro familiar, amigo/a o colega. Juega limpio Puerto Rico.
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