Si en algo ha aportado la desafortunada controversia
generada a raíz de los comentarios de índole racial – y misóginas - que se la
atribuyen al dueño de la franquicia de la NBA, Los Angeles Clippers, Donald
Sterling, ha sido a destapar el racismo institucionalizado y explotador que ha
convivido dentro de las esferas de poder ligueras durante las décadas de
existencia del mejor circuito de baloncesto del planeta. Intentar despachar
este debate como uno de carácter aislado, por tratarse de un “ejecutivo
irracional y racista” “que no representa el espíritu de la NBA”, obvia la
complejidad estructural del asunto y le falta el respeto a la gran cantidad de
trabajadores y trabajadoras que hacen este espectáculo posible, ya sea por
medio de su despliegue atlético, la intervención en la producción televisiva de
partidos o hasta la venta de palomitas de maíz en los concesionarios de uno de
los 30 coliseos que sirven de sede para estos choques deportivos profesionales.
De igual manera, la solución a este problema no debe
despacharse con la efímera satisfacción que podría producir la posible destitución
de Sterling por parte del Comisionado de la NBA, Adam Silver. Aunque es un paso
necesario, el despojo de Sterling de sus funciones como tenedor de franquicia podría
correr el peligro de convertirse en un espectáculo de relaciones públicas, si
la liga no asume responsabilidad por el silencio institucional de tantos años
en torno al racismo previo de personas como Sterling y por algunas prácticas laborales
cuestionables que han salido a relucir en conflictos recientes, tales como el
cierre laboral del 2011, cuando jugadores y propietarios de equipos
protagonizaron una disputa que amenazó con cancelar la temporada de ese año. Incluso,
de darse un escenario – poco probable - en el cual se pruebe irrefutablemente que
el audio fue alterado y la voz masculina no representa enteramente una exposición
de Sterling, la NBA debe entender que tal controversia no culmina en esa instancia.
La liga no puede estar ajena al hecho de que este escándalo destapó su propia
irresponsabilidad ejecutiva de décadas.
¿Por qué la liga no había realizado ninguna gestión o
sanción contra Sterling por sus prácticas racistas y segregacionistas como
dueño de tierras y propiedades? ¿Por qué se fomenta el silencio cómplice o la ridiculización
del activismo cuando jugadores y fanáticos intentan denunciar las dimensiones
racistas y clasistas de este circuito profesional? ¿A qué se debe el total
silencio cuando los medios corporativos y deportivos afiliados a la NBA destacan
una caricaturización estereotípica del “jugador salvaje” e “irracional” que
entretiene a las clases adineradas con capacidad de acudir a cada partido para
gritarle improperios a esos cuerpos que posibilitan una industria millonaria? ¿Por
qué la NBA y sus estaciones mediáticas afiliadas le dieron poco o ningún
destaque a instancias como la relacionada a los epítetos racistas que fanáticos
de primera fila gritaron contra Ron Artest – hoy día conocido como Meta World
Peace – cuando éste se vio implicado en el nefasto motín con fanáticos de
Detroit? ¿Por qué la liga, en complicidad con la NCAA y las universidades, continúa
promoviendo que jóvenes de comunidades marginadas, abandonen antes de tiempo
sus estudios sub-graduados para ofrecerles “villas y castillas” enebeístas,
dejando así atrás un mundo de explotación atlética universitaria para
insertarse precipitadamente en el incierto mundo del “triunfo” deportivo
profesional?
¿Qué hubiese sucedido si el audio con las declaraciones de
Donald Sterling no saliera a la luz pública? ¿Existiera el mismo sentido de
urgencia si personalidades como Charles Barkley y Barack Obama no hubiesen
intervenido para presionar a la liga a tomar acción en contra del ejecutivo de
los Clippers?
La NBA, su Comisionado, Adam Silver, y los ejecutivos de las
30 franquicias tiene ante sí la oportunidad histórica de remediar agravios
pasados y encaminar a la liga hacia cambios que ataquen de raíz las dimensiones
estructurales del racismo que ha caracterizado al circuito por décadas. La destitución
de Sterling debe ser sólo un gran paso y una advertencia para todos los dueños
de equipos y funcionarios ligueros que por años han fallado por vía de una
funesta complicidad y silencio.
(El autor es profesor de Ciencias Sociales en el Recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico.)
(El autor es profesor de Ciencias Sociales en el Recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico.)