Por Rafael R. Díaz Torres
Mi memoria me permite recordar hasta los Juegos
Panamericanos de 1991 celebrados en La Habana, Cuba. Tenía ocho años en ese entonces.
Son los primeros Panamericanos que mi cerebro registra. Para ser sincero, lo único que recuerdo son
imágenes de Fidel Castro entregando medallas y la gesta de oro obtenida por el
trabuco de baloncesto masculino que vestía los colores de Puerto Rico. A mi
temprana edad ya sospechaba que el deporte podía ser una de las armas políticas
más astutamente utilizadas por sociedades y figuras de poder. Tal sospecha fue
confirmada cuando tomé las unidades de estudio relacionadas a la Antigua Grecia
en el curso de Humanidades de mi primer año universitario.