jueves, 23 de julio de 2015

Cánticos austeros en el pebetero de la colonia: La (des) valorización del atleta y mis vivencias en Toronto


Por Rafael R. Díaz Torres



Mi memoria me permite recordar hasta los Juegos Panamericanos de 1991 celebrados en La Habana, Cuba. Tenía ocho años en ese entonces. Son los primeros Panamericanos que mi cerebro registra.  Para ser sincero, lo único que recuerdo son imágenes de Fidel Castro entregando medallas y la gesta de oro obtenida por el trabuco de baloncesto masculino que vestía los colores de Puerto Rico. A mi temprana edad ya sospechaba que el deporte podía ser una de las armas políticas más astutamente utilizadas por sociedades y figuras de poder. Tal sospecha fue confirmada cuando tomé las unidades de estudio relacionadas a la Antigua Grecia en el curso de Humanidades de mi primer año universitario. 

Desde que la justa Panamericana fuera organizada por Cuba a principios de la década de los 90s, siempre espero con ansias la fiesta deportiva hemisférica que, cada cuatro años, reúne a varios de los mejores atletas de América. Más allá de ver competencias de alto calibre y estar pendiente a las participaciones de los atletas y equipos puertorriqueños, sintonizo los Juegos Panamericanos con el propósito de adquirir mayor conocimiento sobre el deporte en sus dimensiones sociales, políticas  y humanas.

Este verano la vida me regaló la gran oportunidad de acudir a mis primeros Juegos Panamericanos como espectador, analista y amante del deporte internacional. La majestuosa ciudad me Toronto me recibió junto a otros miles de personas extranjeras que acudieron a Canadá para participar de esta tradicional justa que sirve de preámbulo para las próximas Olimpiadas de Verano, a celebrarse durante el 2016 en la ciudad de Río de Janeiro en Brasil.

Llegué a Toronto el miércoles 15 de julio, seis días después de que una vistosa ceremonia de apertura oficializara los Juegos Panamericanos 2015. Mi llegada a suelo canadiense surgió en medio de las ya tradicionales vorágines cibernéticas que se gestan cada vez que los atletas puertorriqueños representan a su país y no obtienen los resultados que los fiscalizadores de teclado, monitor y redes sociales supuestamente anhelan para las representaciones deportivas boricuas. Hasta un veterano periodista de Puerto Rico sugirió que debían cortar toda ayuda financiera gubernamental a aquellos/as atletas que no obtuvieran medallas para el país.

Los debates cibernéticos aumentaban en intensidad, y en varios foros, el cuestionado Informe Krueger y el tema de la deuda pública de Puerto Rico pasaban a un segundo plano. Múltiples comentarios devaluaban al deporte, a los Juegos Panamericanos y hasta menoscababan la existencia de un Comité Olímpico de Puerto Rico. En cuestión de días, el espejo de Grecia se trivializó en contenido y las posibilidades de repudio hacia políticas de austeridad, fondos buitres y “ajustes estructurales” de empobrecimiento orquestados por el Fondo Monetario Internacional comenzaron a desvanecerse en el debate boricua. Ahora, urgía censurar a los griegos por esa invención del olimpismo que siglos después propició la creación regional de unos Juegos Panamericanos. En Borinquen, mientras aumentaba el apetito por linchar a quienes no conquistaban oro deportivo, el gobierno continuaba su “restructuración” para proveer mayor inmunidad a quienes saquearon la plata pública por décadas.

Aunque llevo toda una vida sintonizando Olimpiadas, Panamericanos, Centroamericanos y Mundiales de diversas disciplinas a través de la televisión y el Internet, desconocía lo que era estar a pocos metros de un atleta en plena faena deportiva. Si los fiscales cibernéticos sugerían que los atletas puertorriqueños no daban el máximo y eran parte del problema, me resultaba imperativo acercarme a la línea de fuego y observar sus rostros, el movimiento corporal y todo aquello que otorgara el beneficio de la duda avivado por los ejércitos de Facebook y Twitter.
En el transcurso de una semana en Toronto pude acudir principalmente a los eventos que se llevaron a cabo en el centro urbano de la ciudad y aquellas áreas de fácil movilidad dentro del eficiente sistema de transporte público integrado que casi me pone a llorar al leer durante esos mismos días sobre la decisión de limitar los servicios de transporte colectivo en Puerto Rico. No obstante, ese tema lo dejamos para otro escrito.

Entre los varios eventos que pude presenciar, deseo darle destaque al partido de baloncesto femenino celebrado la noche del sábado 18 de julio entre las representaciones de Puerto Rico y Estados Unidos. Minutos antes de comenzar el duelo, un canadiense me indicó que deseaba ver un buen juego. Conversamos y coincidimos en la superioridad del quinteto estadounidense en términos de talento individual y organización técnica. Nuestro deseo de un buen choque descansaba en la posibilidad de que Puerto Rico fuera un “digno rival” que “diera la pelea” frente a una de las potencias mundiales en básquet femenino. Una vez sonó el silbato inicial, me tomó poco tiempo para darme cuenta que mis expectativas desde las gradas no eran cónsonas con el plan del grupo comandado por Carla Cortijo, Sandra García, Jazmine Sepúlveda y el resto de este honroso conjunto deportivo puertorriqueño.

Yo pagué por un boleto y quería presenciar un buen juego. Por su parte, ellas querían ganar y estaban convencidas de que podían. Sentado a pocos metros de la banca de las boricuas, estas mujeres me brindaron una lección. Contrario a las críticas cada vez más generalizadas, este grupo de jugadoras me demostró que tanto ellas, como otros atletas puertorriqueños, no acuden a estas justas internacionales con el mero deseo de competir o adquirir experiencia. Van con la meta de dar el máximo por ganar. Esa noche del sábado 18 no hubo insularismos ni mentalidades colonizadas dentro de la actitud ganadora de estas doce atletas.

Aunque Puerto Rico perdió el choque y la capitana Cortijo sufrió una lesión que cambió el tempo de juego en los últimos minutos del partido, me sentí afortunado y privilegiado de haber estado allí. En ese momento hubiese querido que mi lugar como espectador detrás de la banca fuese ocupado por jóvenes atletas y futuras baloncelistas que pudieran inspirarse con el esfuerzo, movimientos corporales y coraje de las doce guerreras. Los rostros de frustración tras la derrota confirmaron el hecho de que el conjunto puertorriqueño llegó a Toronto con la intención de revalidar el oro conquistado en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011. La misma intensidad mostrada por las baloncelistas la observé en los partidos de voleibol a los cuales acudí en Toronto, así como en las imágenes de la tenista puertorriqueña Mónica Puig que circularon por medios cibernéticos deportivos.

A pesar de cumplir con proveerle el beneficio de la duda a quienes constantemente cuestionan la inversión deportiva en Puerto Rico, lo cierto es que la experiencia en Toronto provocó que valorara aún más la entrega y sacrificios de nuestros atletas. Me entristece enormemente que la mayoría de la población de Puerto Rico continúe empobreciéndose y el apoyo de recursos e infraestructura a nuestros atletas sea cada vez menor. Claro está, por desgracia esa austeridad a lo deportivo, recreativo y cultural no es la misma que se le aplica a las corporaciones, megatiendas, bancos y otros entes millonarios a quienes se les vende la isla como un paraíso fiscal. He aquí una pista de la línea que podrían seguir los periodistas que verdaderamente deseen fiscalizar el deporte. Su labor es cuestionable en la medida que continúen planteando ataques contra quienes, al igual que la mayoría de sus compatriotas, han sufrido los embates de una crisis económica selectiva que prefiere incentivar centros comerciales de lujo y exenciones a potenciales residentes millonarios, antes de proveer recursos para rehabilitar facilidades deportivas  que alberguen ligas y otros programas de participación ciudadana a través de las actividades recreativas.

Yo veo el deporte como una inversión social que puede fortalecer cualquier proyecto digno de país. Aunque dirán que desde las gradas y las redes sociales cibernéticas es un “mamey”, deseo utilizar estos mismos foros para agradecer los sacrificios y lecciones constantes impartidas por nuestros atletas.  Ustedes me inspiran a seguir diciendo presente por Puerto Rico. ¡Gracias! #EquipoPUR


(El autor es profesor de Geografía en el Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico en Humacao. En el pasado trabajó como periodista.)


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