Por Rafael R. Díaz Torres
Mi memoria me permite recordar hasta los Juegos
Panamericanos de 1991 celebrados en La Habana, Cuba. Tenía ocho años en ese entonces.
Son los primeros Panamericanos que mi cerebro registra. Para ser sincero, lo único que recuerdo son
imágenes de Fidel Castro entregando medallas y la gesta de oro obtenida por el
trabuco de baloncesto masculino que vestía los colores de Puerto Rico. A mi
temprana edad ya sospechaba que el deporte podía ser una de las armas políticas
más astutamente utilizadas por sociedades y figuras de poder. Tal sospecha fue
confirmada cuando tomé las unidades de estudio relacionadas a la Antigua Grecia
en el curso de Humanidades de mi primer año universitario.
Desde que la justa Panamericana fuera organizada por Cuba a
principios de la década de los 90s, siempre espero con ansias la fiesta
deportiva hemisférica que, cada cuatro años, reúne a varios de los mejores
atletas de América. Más allá de ver competencias de alto calibre y estar
pendiente a las participaciones de los atletas y equipos puertorriqueños,
sintonizo los Juegos Panamericanos con el propósito de adquirir mayor
conocimiento sobre el deporte en sus dimensiones sociales, políticas y humanas.
Este verano la vida me regaló la gran oportunidad de acudir
a mis primeros Juegos Panamericanos como espectador, analista y amante del
deporte internacional. La majestuosa ciudad me Toronto me recibió junto a otros
miles de personas extranjeras que acudieron a Canadá para participar de esta
tradicional justa que sirve de preámbulo para las próximas Olimpiadas de
Verano, a celebrarse durante el 2016 en la ciudad de Río de Janeiro en Brasil.
Llegué a Toronto el miércoles 15 de julio, seis días después
de que una vistosa ceremonia de apertura oficializara los Juegos Panamericanos
2015. Mi llegada a suelo canadiense surgió en medio de las ya tradicionales
vorágines cibernéticas que se gestan cada vez que los atletas puertorriqueños
representan a su país y no obtienen los resultados que los fiscalizadores de
teclado, monitor y redes sociales supuestamente anhelan para las
representaciones deportivas boricuas. Hasta un veterano periodista de Puerto
Rico sugirió que debían cortar toda ayuda financiera gubernamental a
aquellos/as atletas que no obtuvieran medallas para el país.
Los debates cibernéticos aumentaban en intensidad, y en
varios foros, el cuestionado Informe Krueger y el tema de la deuda pública de
Puerto Rico pasaban a un segundo plano. Múltiples comentarios devaluaban al
deporte, a los Juegos Panamericanos y hasta menoscababan la existencia de un
Comité Olímpico de Puerto Rico. En cuestión de días, el espejo de Grecia se
trivializó en contenido y las posibilidades de repudio hacia políticas de austeridad,
fondos buitres y “ajustes estructurales” de empobrecimiento orquestados por el
Fondo Monetario Internacional comenzaron a desvanecerse en el debate boricua.
Ahora, urgía censurar a los griegos por esa invención del olimpismo que siglos
después propició la creación regional de unos Juegos Panamericanos. En
Borinquen, mientras aumentaba el apetito por linchar a quienes no conquistaban
oro deportivo, el gobierno continuaba su “restructuración” para proveer mayor
inmunidad a quienes saquearon la plata pública por décadas.
Aunque llevo toda una vida sintonizando Olimpiadas,
Panamericanos, Centroamericanos y Mundiales de diversas disciplinas a través de
la televisión y el Internet, desconocía lo que era estar a pocos metros de un
atleta en plena faena deportiva. Si los fiscales cibernéticos sugerían que los
atletas puertorriqueños no daban el máximo y eran parte del problema, me
resultaba imperativo acercarme a la línea de fuego y observar sus rostros, el
movimiento corporal y todo aquello que otorgara el beneficio de la duda avivado
por los ejércitos de Facebook y Twitter.
En el transcurso de una semana en Toronto pude acudir
principalmente a los eventos que se llevaron a cabo en el centro urbano de la
ciudad y aquellas áreas de fácil movilidad dentro del eficiente sistema de
transporte público integrado que casi me pone a llorar al leer durante esos mismos
días sobre la decisión de limitar los servicios de transporte colectivo en
Puerto Rico. No obstante, ese tema lo dejamos para otro escrito.
Entre los varios eventos que pude presenciar, deseo darle
destaque al partido de baloncesto femenino celebrado la noche del sábado 18 de
julio entre las representaciones de Puerto Rico y Estados Unidos. Minutos antes
de comenzar el duelo, un canadiense me indicó que deseaba ver un buen juego.
Conversamos y coincidimos en la superioridad del quinteto estadounidense en
términos de talento individual y organización técnica. Nuestro deseo de un buen
choque descansaba en la posibilidad de que Puerto Rico fuera un “digno rival”
que “diera la pelea” frente a una de las potencias mundiales en básquet
femenino. Una vez sonó el silbato inicial, me tomó poco tiempo para darme
cuenta que mis expectativas desde las gradas no eran cónsonas con el plan del
grupo comandado por Carla Cortijo, Sandra García, Jazmine Sepúlveda y el resto
de este honroso conjunto deportivo puertorriqueño.
Yo pagué por un boleto y quería presenciar un buen juego. Por
su parte, ellas querían ganar y estaban convencidas de que podían. Sentado a
pocos metros de la banca de las boricuas, estas mujeres me brindaron una
lección. Contrario a las críticas cada vez más generalizadas, este grupo de
jugadoras me demostró que tanto ellas, como otros atletas puertorriqueños, no
acuden a estas justas internacionales con el mero deseo de competir o adquirir
experiencia. Van con la meta de dar el máximo por ganar. Esa noche del sábado
18 no hubo insularismos ni mentalidades colonizadas dentro de la actitud
ganadora de estas doce atletas.
Aunque Puerto Rico perdió el choque y la capitana Cortijo
sufrió una lesión que cambió el tempo de juego en los últimos minutos del
partido, me sentí afortunado y privilegiado de haber estado allí. En ese
momento hubiese querido que mi lugar como espectador detrás de la banca fuese
ocupado por jóvenes atletas y futuras baloncelistas que pudieran inspirarse con
el esfuerzo, movimientos corporales y coraje de las doce guerreras. Los rostros
de frustración tras la derrota confirmaron el hecho de que el conjunto
puertorriqueño llegó a Toronto con la intención de revalidar el oro conquistado
en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011. La misma intensidad mostrada
por las baloncelistas la observé en los partidos de voleibol a los cuales acudí
en Toronto, así como en las imágenes de la tenista puertorriqueña Mónica Puig
que circularon por medios cibernéticos deportivos.
A pesar de cumplir con proveerle el beneficio de la duda a
quienes constantemente cuestionan la inversión deportiva en Puerto Rico, lo
cierto es que la experiencia en Toronto provocó que valorara aún más la entrega
y sacrificios de nuestros atletas. Me entristece enormemente que la mayoría de
la población de Puerto Rico continúe empobreciéndose y el apoyo de recursos e
infraestructura a nuestros atletas sea cada vez menor. Claro está, por
desgracia esa austeridad a lo deportivo, recreativo y cultural no es la misma
que se le aplica a las corporaciones, megatiendas, bancos y otros entes
millonarios a quienes se les vende la isla como un paraíso fiscal. He aquí una
pista de la línea que podrían seguir los periodistas que verdaderamente deseen
fiscalizar el deporte. Su labor es cuestionable en la medida que continúen planteando
ataques contra quienes, al igual que la mayoría de sus compatriotas, han
sufrido los embates de una crisis económica selectiva que prefiere incentivar
centros comerciales de lujo y exenciones a potenciales residentes millonarios,
antes de proveer recursos para rehabilitar facilidades deportivas que alberguen ligas y otros programas de
participación ciudadana a través de las actividades recreativas.
Yo veo el deporte como una inversión social que puede
fortalecer cualquier proyecto digno de país. Aunque dirán que desde las gradas
y las redes sociales cibernéticas es un “mamey”, deseo utilizar estos mismos foros
para agradecer los sacrificios y lecciones constantes impartidas por nuestros
atletas. Ustedes me inspiran a seguir
diciendo presente por Puerto Rico. ¡Gracias! #EquipoPUR
(El autor es profesor de Geografía en el Departamento de
Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico en Humacao. En el pasado
trabajó como periodista.)
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