martes, 1 de febrero de 2011

WWE: Del Río le brinda credibilidad a la lucha libre


Como seguidor de la lucha libre y persona que analiza deportes reconozco lo difícil que puede ser justificar la inclusión de este “performance” atlético como parte de la cobertura deportiva en medios periodísticos. ¿Qué es la lucha libre? Ese es el eterno debate que trasciende tertulias pueblerinas y se inserta entre periodistas y hasta en algunos círculos académicos. Al final de toda discusión que concierne este tema, el consenso brilla por su ausencia y las partes que defienden diferentes puntos de vista terminan tan antagónicas como los mismos luchadores que son precisamente el eje de la controversia. Esta divergencia de opiniones no me sorprende. Para empezar, y luego de haber estado expuesto a cursos y lecturas sobre “deporte y sociedad”, estoy consciente de la gran variedad de perspectivas en torno a “¿qué es?” y “¿qué representa?” el deporte en nuestras comunidades, pueblos y países.

Siempre he defendido que el concepto e idea que conocemos como deporte sea parte de cualquier referencia a la lucha libre. Sin negar el elemento diferenciador que proyecta a la lucha libre como un espectáculo caracterizado por la “planificación” de desenlaces o resultados para cada pelea, es importante que también reconozcamos este entretenimiento deportivo como una sofisticada coreografía protagonizada por atletas que siguen un estricto régimen de entrenamiento y disciplina.

Admito lo complicado que puede ser defender cualquier argumento que promueva la clasificación de la lucha libre como “deporte”, especialmente cuando las definiciones más populares de éste pueden ser limitadas y poco creativas. Por tal razón me frustro cuándo las empresas de lucha libre escogen como campeones a personas que carecen de las destrezas más básicas de lucha olímpica y greco-romana, así como otras modalidades de contacto. Los llamados “pretty faces” de la lucha libre reinan como monarcas a costa de marginar a quienes realmente cuentan con un talento y habilidad capaz de legitimar aquellos reclamos que buscan convertir el sustantivo “deporte” en acompañante del término y actividad que llamamos lucha libre.

El pasado domingo 30 de enero de 2011 sucedió un acontecimiento que le brinda un poco más de credibilidad a nuestro argumento. Como parte de su evento anual conocido como “Royal Rumble”, la empresa estadounidense World Wrestling Entertainment (WWE) seleccionó al mexicano Alberto del Río como su ganador y nuevo contendiente número uno al máximo título del circuito. Fueron buenas noticias para quienes defendemos la pertenencia atlética de esta práctica seguida por personas de todas las edades alrededor del mundo. Alberto Rodríguez (nombre de pila del luchador) posee un talento único dentro del cuadrilátero. Domina la lucha aérea y el llaveo. Su trasfondo en artes marciales mixtas le brinda una gran cantidad de recursos que pueden ser utilizados durante las luchas. No olvidemos tampoco que Alberto es hijo del legendario luchador mexicano Dos Caras y su familia es casi sinónimo de lucha libre en México. Sin echar a un lado el componente teatral de la lucha libre, Alberto Del Río posee un carisma y dominio del micrófono superior al de muchísimos luchadores activos en la WWE.

Esperamos que la empresa le entregue alguno de sus títulos principales muy pronto y así Del Río tenga una vistosa y larga corrida como campeón. Dicho escenario sería positivo para la lucha libre como práctica y coreografía deportiva. México recibiría un merecido homenaje. No sólo se estaría honrado a uno de sus hijos, sino también a su grandiosa lucha libre nacional. Como puertorriqueño, aplaudo a la WWE por premiar el talento de un gran deportista latinoamericano.

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