lunes, 4 de abril de 2011

De "March Madness" y sus millones: Explotación del atleta universitario estadounidense


Es el torneo universitario más popular en los Estados Unidos. Son muchos los centros de estudio y hogares que se paralizan para ver a su equipo participar en el “frenesí” colectivo conocido como “March Madness.” La Asociación Atlética Colegial Nacional (NCAA, por sus siglas en inglés) presenta un espectáculo de altura transmitido a toda la nación estadounidense y algunos lugares del mundo a través de la televisión y otros medios de comunicación masiva como el internet y sistemas de telefonía móvil. Se generan millones de dólares, pero ninguna de esas ganancias beneficia directamente a los actores (y actrices) principales del evento: los atletas.


La NCAA se autoproclama como una entidad sin fines de lucro y prohíbe que todo atleta sea remunerado económicamente por representar a su universidad en competencias deportivas. La organización defiende el principio de que todo deportista universitario debe priorizar su gestión académica por encima de cualquier otro interés personal. Por tal razón, todo atleta debe firmar un documento en el cual se compromete a no recibir ningún tipo de pago o salario durante sus años de competencia universitaria. El/la deportista pasa a tener un estatus de “atleta aficionado”. El profesionalismo y sus beneficios no tienen cabida dentro de este sistema.

Un análisis breve de estas regulaciones podrían llevarnos a pensar que la relación entre la NCAA y sus atletas es la correcta. Cualquier defensor de la educación superior coincidiría con el principio de que la aprobación de cursos y la obtención de un grado académico deben ser las prioridades de cualquier estudiante, incluyendo los atletas. También encontraría muchos simpatizantes el argumento que expresa que un deportista universitario no debería competir por el lucro, sino por amor al arte y a su institución educativa. Hace sentido. La pasión de los atletas se refleja en el fenomenal esfuerzo que traen a la cancha o terreno de juego, así como en los rostros de decepción que presentan cuando obtienen dolorosas derrotas. Tantos las alegrías como las frustraciones son producto del inmenso amor que estos jóvenes atletas le tienen al deporte, a sus instituciones educativas y al resto de los compañeros de equipo.

Este mundo deportivo “ideal” se desmorona cuando sale a relucir que su modo de operación es uno basado en la explotación de sus atletas. Se generan millones en venta de boletos y contratos con cadenas televisivas, pero no se comparte nada de ese “pastel” con quienes dejan su pellejo y sudor dentro del centro de competencia. Si el atleta es estudiante y no está supuesto a recibir un salario, al menos se le debe garantizar el pago completo de créditos universitarios, alimento y vivienda estudiantil dentro del exageradamente costoso sistema de educación superior estadounidense. También se les debe facilitar boletos para que sus familiares cercanos tengan acceso a los igualmente costosos partidos del torneo de baloncesto masculino organizado por la NCAA. Ninguno de estos beneficios existe. Tampoco se remunera a estas personas cuando la NCAA continúa explotando y lucrándose con sus imágenes después que se gradúan o luego de que abandonan su institución académica. Esta situación persiste a pesar de que los competidores ya han terminado su participación atlética universitaria y no están limitados por la clausula de “aficionado” que deben respetar mientras son deportistas colegiales (La NCAA retiene la facultad de controlar el uso y mercadeo de las imágenes de los atletas que participaron en alguno de sus torneos). Esta información y datos son confirmados en un reportaje realizado por el programa investigativo Frontline (“Money and March Madness”) de la cadena televisiva estadounidense PBS. (Comparto el enlace del programa: http://video.pbs.org/video/1862516201.)

Mi crítica al negocio de la NCAA, así como el deseo de otorgarles mayores beneficios a los atletas, no deben ser interpretados como un endoso al establecimiento de contratos que transformen el deporte universitario en uno remunerado y caracterizado por el sistema de salarios fijos. Mucho menos promuevo la otorgación de cuantiosas sumas de dinero similares a las que devengan los atletas profesionales. De eso no se trata. Por lo que se aboga es por la creación de proyectos que le brinden al atleta la oportunidad de una educación completamente gratuita a cambio de su sacrificada participación deportiva. De igual forma, esos millones generados por la NCAA también deben ser destinados al desarrollo de programas y la contratación de personal de apoyo que ayude a los muchos atletas que fracasan en su educación universitaria y no pueden completar su grado académico. Invertir en la educación de los atletas es la mejor manera de “remunerarlos” por sus millonarias actuaciones durante “March Madness” y otros eventos de relevancia económica (i.e. “football bowls”). En lugar de promover este tipo de gestiones, la NCAA prefiere colaborar con poderosas cadenas televisivas que generan millones con la venta de espacio para anuncios comerciales y con la promoción de su programación durante la transmisión de partidos universitarios.

Quizás sea un poco tarde para hacer estos reclamos. El deporte universitario estadounidense ha alcanzado un nivel de comercialización sin precedentes. No obstante, por algún lugar se empieza. Mi voz es una que se une a otras que llevan años realizando reclamos similares dentro de la academia y algunos círculos de periodismo deportivo. Soy parte de ese grupo de “agua-fiestas” que se atreve a cuestionar el deporte en sus momentos de mayores éxitos y celebraciones. La reflexión y la crítica pueden ser instrumentos valiosos a la hora de rediseñar aquello que entendemos por divertido y extraordinario. Rediseñemos el deporte.

(Nota sobre Puerto Rico: La hipocresía que denota la categoría de “aficionado” para todo atleta universitario en los Estados Unidos es lo que impide a los estudiantes deportistas puertorriqueños poder participar en sus ligas nacionales durante el período libre de verano. Si no se le ofrece un salario, no veo razón para que estos atletas no participen en algunos torneos de Puerto Rico (e.g. baloncesto y voleibol). Siempre y cuando no interrumpa su labor académica, la participación de ést@s en ligas nacionales profesionales podría servir como un excelente taller de desarrollo atlético y personal. Así fue hasta finales de la década de los 90s. Posteriormente, la NCAA impuso una restricción para que ningún atleta boricua participara en las ligas deportivas de Puerto Rico. Se debería evaluar esta política.)

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